-¿Después de la muerte? La muerte no existe. El hecho que designamos con ese nombre, la separación del cuerpo y del alma, no se efectúa, a decir verdad, bajo una forma material, comparable a las separaciones químicas de los elementos disgregados que se observa en el mundo físico. Esa separación definitiva que parece tan cruel, apenas se siente, como el niño recién nacido no se da cuenta de su nacimiento. Nacemos a la vida celeste como hemos nacido a la vida terrestre. Solamente el alma, libre ya de las envolturas corporales que la revestían aquí abajo, adquiere más pronto la noción de su estado y de su personalidad. Sin embargo, esta facultad de percepción varía esencialmente de un alma a otra. Hay almas que durante la vida del cuerpo no se elevaron jamás hacia el cielo, ni se mostraron ansiosas de penetrar las leyes de la creación. Estas, dominadas todavía por los apetitos corporales, permanecen largo tiempo en estado de perturbación y de inconsciencia. Pero hay otras, por fortuna, que, ya en esta vida, se elevaron en alas de sus aspiraciones hacia las cimas de la belleza eterna; éstas ven llegar con calma y serenidad el instante de la separación; saben que el progreso es la ley de la existencia, y que van a entrar en una vida superior a ésta; siguen paso a paso los progresos del letargo que va subiendo hasta su corazón, y cuando éste da el último latido, lento e insensible, están ya por encima del cuerpo, del cual han observado al adormecimiento, y, desprendiéndose de los lazos magnéticos que a él las unía, se sienten llevar rápidamente por una fuerza desconocida hacia el punto de la creación a donde las arrastran sus aspiraciones, sus sentimientos y sus esperanzas.
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